Clase N°7: Crisis y golpe de 1955

El cambio de coyuntura económica

Los tres primeros años del gobierno de Perón coincidieron con una situación económica muy favorable, gracias a la cual el gobierno pudo llevar adelante, sin demasiados problemas su política distribucionista. Pero a partir de 1949, la marcha de la economía comenzó a evidenciar dificultades.

En los primeros años de la posguerra, los alimentos que exportaba la Argentina habían alcanzado altos precios. Cuando la situación de otros países productores mejoró, los precios cayeron y volvieron a los niveles habituales. El Estado había gastado las grandes reservas de divisas con las que el país contaba después de la guerra, y en 1949 tuvo dificultades para afrontar una crisis de la balanza de pagos. Además, esta crisis era grave porque afectaba la capacidad de importación, y esto tenía consecuencias sobre el mantenimiento del nivel de la actividad industrial, pues ésta dependía cada vez más de las importaciones de insumos básicos -como petróleo o acero-, de equipos y de repuestos.

Las nuevas condiciones ponían al gobierno ante un dilema: para enfrentar la crisis debían alentar al sector productor de bienes primarios exportables, mejorando sus precios -lo contrario de lo que había hecho el IAPI y desalentar el consumo popular de carne y de cereales, que había crecido con la prosperidad de los primeros años del gobierno. Esta opción era difícil, en la medida en que implicaba un conflicto entre el gobierno y su base social.

Otra línea de acción pasaba por disminuir algunas importaciones de mucho peso en el déficit comercial, en particular el petróleo, que constituía el principal rubro de importación del país. Para aumentar la producción nacional de petróleo, desde fines de la década de 1940 Perón buscó el auxilio del capital extranjero. Esta acción contradecía algunos de los postulados nacionalistas del gobierno, más aún cuando los potenciales inversores eran norteamericanos.

Una de las manifestaciones de esta línea política fue el contrato que Perón firmó con la Standard Oil de California. Esta apertura al capital extranjero provocó la reacción opositora y las dudas entre algunos de sus seguidores.

La tercera alternativa que Perón intentó fue buscar el apoyo del sector empresario y contener los reclamos salariales de los sindicatos, modificando la pauta de relaciones entre el capital y el trabajo, instaurada a partir de 1943. Para esto, el gobierno aspiraba a ligar las mejoras salariales con los aumentos de productividad de las empresas.

Con todo, estas nuevas orientaciones fueron adoptadas con cierta precaución, procurando evitar los conflictos con los trabajadores. La primera señal de cambio de orientación económica fue la llegada al Ministerio de Economía de un equipo de mayor capacidad técnica, encabezado por Alfredo Gómez Morales.

Hacia 1952, el gobierno proclamó un nuevo Plan Quinquenal, que comprendía algunas definiciones de política económica importantes: la contención del consumo, el apoyo a la producción agropecuaria, el control de las demandas salariales y la apertura al capital extranjero.

En 1954 el gobierno promovió la reunión del Congreso Nacional de la Productividad, que sesionó en marzo de 1955. Este congreso ponía en evidencia el interés por mejorar la eficiencia de la industria nacional a través de un acuerdo entre empresarios y trabajadores. El congreso no llegó a conclusiones operativas, pero mostró la vigencia del control gubernamental sobre la CGT y la CGE (Confederación General Económica).

El conflicto con la Iglesia Católica

El peronismo y la Iglesia mantenían muy estrechos vínculos desde los comienzos del gobierno, a tal punto que Perón solía enfatizar la relación entre la Doctrina Nacional Justicialista y la Doctrina Social de la Iglesia. Además, el gobierno había promovido la ratificación legislativa del decreto 18.411/43, que establecía la enseñanza de la religión católica en las escuelas públicas, y había duplicado los aportes estatales para sostener el culto, medidas que facilitaron la expansión de la presencia institucional de la Iglesia.

Sin embargo, esta alianza se fue deteriorando progresivamente, en buena medida a causa del énfasis creciente del peronismo en la afirmación de una doctrina que, en cierto modo, competía con la católica. Esto se evidenciaba en los discursos de Perón y de Eva Perón, como por ejemplo en aquel pronunciado por Evita el 24 de diciembre de 1951 y transmitido por radio a todo el país, al que pertenece este fragmento:

"Hace diecinueve siglos y medio, Dios eligió a los humildes pastores de Belén para anunciar el advenimiento de la paz a los hombres de buena voluntad. [...] Y cuando todo parecía perdido, acaso definitivamente, nosotros, un pueblo humilde, a quien la soberbia de los poderosos llamó descamisado, [...] hemos sido elegidos entre todos los pueblos y entre todos los hombres para recoger de las manos de Perón, bañado en el fuego de su corazón e iluminado en sus ideales de visionario, el antiguo mensaje de los Ángeles..."

Este tipo de manifestaciones comenzaron a inquietar a la jerarquía católica, pues la comparación de Perón con Jesucristo no podía ser del agrado de la Iglesia. En 1954, cuando el gobierno decidió sacar del control eclesiástico la enseñanza religiosa de las escuelas públicas, "el Episcopado señaló: "... a los ojos del pueblo sencillo la enseñanza Religiosa no se suprimiría. Pero, de hecho, no sería la Iglesia Católica la que enseñaría "su" Religión. Sería el Estado el que sustituiría a la Iglesia...".

Para la Iglesia, entonces, la asociación estrecha con el Estado había pasado a ser un peligro para la propia institución. Por su parte, Perón desconfiaba do la Iglesia, a la que veía como un aliado desagradecido. La fundación del Partido Demócrata Cristiano, en 1954, y el activismo juvenil de la Acción Católica Argentina eran vistos por el presidente como una amenaza política incompatible con su régimen.

La caída de Perón

A pesar de estas tensiones, nada parecía anunciar un conflicto abierto con la Iglesia católica. Sin embargo, Perón tomó una serie de medidas difíciles de comprender para los contemporáneos -y también para los historiadores que estudian el período-. Como vimos, en 1954, el gobierno decidió suprimir la enseñanza religiosa en las escuelas públicas y en 1955 expulsó a algunos sacerdotes que lo habían criticado por establecer el divorcio vincular y legalizar la prostitución. Estas últimas medidas fueron una respuesta desafiante a una vasta movilización de las organizaciones católicas, con multitudinarias concentraciones, actos relámpago y reparto de volantes contra el gobierno.

La alicaída oposición política recuperó el entusiasmo y se alineó con las fuerzas católicas, con las que hasta hacía poco tiempo se había enfrentado. Pero el impacto más importante del conflicto entre Perón y la Iglesia se produjo en las Fuerzas Armadas. Los militares antiperonistas vieron fortalecidas sus posiciones, en la medida en que la mayoría de los oficiales, hasta entonces neutrales o peronistas, sufrieron la tensión entre su condición de católicos y su lealtad al gobierno o a sus funciones profesionales.

El conflicto creció en intensidad y llegó a su momento más dramático el 16 de junio de 1955. En la mañana de ese día, aviones de la Marina bombardearon la Casa de Gobierno, con la intención de asesinar a Perón. No lo consiguieron, y el bombardeo dejó un saldo de 1.000 víctimas, entre heridos y muertos civiles y militares. Una vez controlada la sublevación, Perón incitó a sus partidarios a tomar represalias contra la oposición. En la noche del 16 de junio fueron incendiados el edificio de la Curia y una docena de iglesias de Buenos Aires, incluida la Catedral, ante la indiferencia de la policía y de los bomberos.

El golpe de Estado de septiembre de 1955

Ante el agravamiento de los enfrentamientos, Perón osciló entre los llamados a la concordia y las invectivas a la oposición. En julio de 1955, el presidente ensayó una tímida apertura: declaró que dejaba de ser "... el jefe de una revolución para pasar a ser el presidente de todos los argentinos, amigos y adversarios..." y permitió a algunos dirigentes opositores el uso de la palabra por radio. Pero la oposición no quería ceder, y Perón no estaba dispuesto a abandonar su hasta entonces indiscutido predominio y a reconocer las demandas opositoras. Por lo tanto, volvió a endurecer sus ataques contra la oposición: en su discurso del 31 de agosto de 1955 afirmó: ",.. la consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar una acción violenta con otra más violenta. Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos...".

En este contexto de agudización de los enfrentamientos, se produjo un levantamiento militar en Córdoba el 16 de septiembre, apoyado por algunos oficiales del Ejército y por casi toda la Marina. Después de unos días de incertidumbre sobre el resultado de la sublevación, mientras se hacía cada vez más evidente la abstención del grueso del Ejército de intervenir en defensa del gobierno, Perón renunció, pidió asilo en la embajada de Paraguay y partió rumbo a un largo exilio. El 21 de septiembre, una multitud que desbordaba la Plaza de Mayo escuchó el discurso del nuevo presidente, el general Eduardo Lonardi, que evocaba las palabras de Justo José de Urquiza después de la batalla de Caseros, prometiendo que no habría "ni vencedores ni vencidos".

La promesa de Lonardi duró poco. Presionado por los sectores más antiperonistas, renunció y fue reemplazado por Pedro Eugenio Aramburu.

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